viernes, 29 de noviembre de 2019

El Güegüense de Guachipilín: 30 años en la memoria de la escena nicaragüense.


Por David Rocha

Cada enero, durante las festividades de San Sebastián, se observa en las calles de la ciudad de Diriamba la representación de la comedia El Güegüense. Las y los promesantes mantienen vivo este espectáculo ancestral conformado por códigos pertenecientes a la cultura del pacífico nicaragüense. En medio de las procesiones aparecen los personajes enmascarados que utilizan la burla y la risa como elemento político para contrarrestar al poder. Esta puesta en escena ha pasado de generación en generación a través de las pedagogías orales y ha resistido al colonialismo de la cultura letrada nacional.

La historia del comerciante ladino que se enfrenta al gobernador y logra burlarlo a través del ingenio y la astucia fue publicada durante los años 40 del pasado siglo  por Pablo Antonio Cuadra en los Cuadernos del Taller San Lucas. Espacio que los Vanguardistas, anverso de Los Reaccionarios, utilizaron como punta de lanza para reescribir la historia nacional desde una óptica colonialista. Desde este momento El Güegüense es visto por una corriente de la academia nicaragüense que le da supremacía al texto. Se desmiembra el espectáculo para su estudio y se olvidan los elementos nativos que sostienen la puesta en escena representada hasta hoy. Sobre esta versión de El Güegüense también se sustenta la idea colonialista de la nación indohispánica. De este momento ese Güegüense vivo y que resiste como teatro callejero empieza su relación con otra corriente del teatro nicaragüense.


En 1978 Alberto Ycaza junto a Óscar Méndez, financiados por el Banco Central de Nicaragua, llevan a escena este espectáculo siendo la primera vez, dentro de la historiografía teatral, que se monta para una sala de teatro. Ycaza se pone al frente de los actores del Teatro de Investigación de Niquinohomo y produce una puesta en escena que logra articular los saberes ancestrales y las visiones de un teatro contemporáneo. La visualidad propuesta evoca las estéticas orientalistas y prehispánicas que Alberto ensaya en su pintura, utiliza el circulo como signo unificador del movimiento en escena y además retoma la tradición de mascarería de madera con expresiones.  Este espectáculo puso al Güegüense en el panorama del teatro latinoamericano de aquella época, pues fue invitado al Festival de Teatro de las Naciones en Caracas en 1978.

Posteriormente, en 1981, aparece una tercera puesta en escena del Güegüense. Esta vez es el  escritor e intelectual Julio Valle Castillo quien propone una versión del texto para el grupo Teatro de Investigación de Niquinohomo. La puesta en escena tiene como trasfondo una visión antiimperialista. Ahora el gobernador es representado por la figura del Tío Sam y el Güegüense deviene en metáfora del pueblo inmerso en el proceso revolucionario de la época.

El Güegüense por primera vez al teatro de títeres

Es en 1987 cuando Gonzalo Cuellar, director del Teatro de Títeres Guachipilín, se sumerge en un proyecto de puesta en escena de El Güegüense que logra concretarse en 1989. Cuellar presenció en Caracas el espectáculo de Ycaza en  1978, fue su primer acercamiento al teatro nicaragüense. Desde entonces le quedó la curiosidad de indagar más sobre la historia del comerciante ladino que es una de las cuatro obras de teatro prehispánico que sobreviven hasta hoy en América Latina.

Gonzalo, una vez establecido en Nicaragua y al frente del Teatro de Títeres Guachipilín, empieza disímiles procesos de búsqueda y experimentación escénica. Desde 1980 hasta 1987 la agrupación atraviesa diversos momentos de hallazgos estéticos que van conformando su poética. Además, van creando los caminos de un teatro de títeres profesional en el país, pues se colocan como la primera compañía dedicada enteramente a este arte. Por otro lado, van estrechando lazos con creadores y creadoras de otras disciplinas tanto en Nicaragua como en el extranjero. Ponen las bases de lo que será el teatro de títeres moderno en nuestro país.


Por estas razones en 1987 Cuellar y la agrupación coinciden con Mario Guerrero director del Teatro de Guiñol de Camagüey, Cuba. El grupo se encuentra en una gira por varias provincias de la isla y llegan a la sede de la agrupación. Guerrero y Cuellar estrechan lazos, pues los unía la búsqueda constante de nuevos lenguajes que enriquecieran la escena titeril desde la dirección. Un año después en 1988 desde Guachipilín se logra consolidar un convenio estatal entre profesionales del títere cubano y nicaragüenses. De este modo se invita a Guerrero y a Orlando Rivero, diseñador del Teatro de Guiñol de Villa Clara, para que formen parte del equipo de artistas que llevarían a cabo el montaje de El Güegüense dirigidos por Gonzalo Cuellar.

La puesta en escena se estrena el 30 de marzo de 1989 en la sala menor del entonces Teatro Popular Rubén Darío. Gonzalo Cuellar como director general logra vertebrar un equipo de artistas que incluían a Pepe Prego (dramaturgia),  Gloria Bacon (coreógrafa y bailarina), Ariel Ordeñana (bailarín), Juan José Robles (diseñador de escenografía), Álvaro Montenegro (director musical y arreglista), Orlando Rivero (diseñador de muñecos), Mario Guerrero (director artístico) y el elenco de la agrupación en aquellos años: Zoa Meza, Dania Fitoria, Juan Espinoza, Roberto Barberena y Marcos García.

Este equipo pone en escena una versión de El Güegüense que rompe con los paradigmas estéticos que se habían erigido sobre esta obra. En principio, se lleva al teatro de títeres, un lenguaje en el que no se había explorado aún. Por otro lado, la visualidad de los muñecos fue construida a partir del cubismo y la utilería, indumentaria y artesanía mesoamericana. Orlando Rivero como diseñador realizó una investigación de las formas, colores y texturas de los artefactos cotidianos de nuestros pueblos nativos para procesarlas y llevarlas a un lenguaje moderno que pudiera dialogar con el público de la época. La danza tuvo una modificación sustancial y se alejó del mundo de los pasos de los tradicionalistas y de las apropiaciones del ballet que se habían hecho hasta la época. Bacon le da un giro hacia el lenguaje de la danza moderna, sustentada en una búsqueda corporal que pudiera mezclarse con el lenguaje de los muñecos y al mismo tiempo mostrar el cuerpo de los actores y actrices sobre el escenario.

La escenografía fue construida a partir de los diálogos entre Cuellar y Robles. Este último logra devolver en escena la premisa que Cuellar propone: El Güegüense es el libro más publicitado e impreso pero menos leído en Nicaragua. Así la obra transcurre en medio de libros de grandes dimensiones llenos de telaraña. La musicalización de Montenegro fractura la tradición del pito y el tambor y devuelve al público los sones del Güegüense desde el jazz. Y por último la propuesta textual de Prego, que fue asistida por Zoa Meza, le dan un giro al texto muchas veces versionado y lo llevan al mundo del teatro de muñecos donde lo inverosímil se vuelve posible.

La articulación de este espectáculo es el colofón de una constante experimentación estética de casi diez años del Teatro de Títeres Guachipilín. La puesta en escena representó un reto para poder dialogar con las jóvenes audiencias sobre una de las obras más significativas del teatro nicaragüense. El Güegüense del Guachipilín se inscribe dentro de la historiografía del teatro nicaragüense como uno de los espectáculos más significativos del teatro durante la revolución. Sus hallazgos estéticos aún son caminos inexplorados por la güegüensología.

Este año se cumplieron 30 años desde aquel espectáculo y la agrupación sigue manteniendo viva la tradición de El Güegüense con otra puesta en escena estrenada en el 2010.