(…) Guachipilín, como el árbol del mismo nombre, ha ido creciendo poco a poco y fuerte, han ido poniendo los horcones de lo que llegará a ser el teatro para niños en Nicaragua.
Franz Galich
En 1981 dentro del Sistema Sandinista de Televisión nace la primera agrupación profesional de teatro de títeres nicaragüense: Teatro de Títeres Guachipilín.
De 1981 a 1984 Guachipilín permaneció en la televisión y funcionó como un grupo profesional que a la vez tuvo un sentido de escuela-taller, bajo la dirección de Gonzalo Cuellar. En esta etapa se prepararon tres generaciones de titiriteros y solo en la última se logró consolidar una “troupe” conformada por Zoa Meza, Diana Brooks, Roberto Barberena y Gonzalo Cuellar.
A partir de las movilizaciones de las brigadas culturales hacia los frentes de guerra, organizadas por la Asociación Sandinista de Trabajadores de la Cultura (ASTC), la troupe se acerca más al mundo infantil y a su fantasía, a partir de la realidad inmediata del niño. Así nacen obras como: Robo en el barrio (1983), El Halcón Bizco (1983) y Francisca y La Muerte (1984).
La eclosión revolucionaria permitió el intercambio con diversos creadores que marcaron e influenciaron el trabajo de la agrupación, entre ellos sobresalen Nicolás “el Cholo” Loureiro, titiritero uruguayo perteneciente al Teatro El Galpón. Otello Sarzi, maestro titiritero italiano, que evidencia a la agrupación la posibilidad de hacer un teatro contemporáneo partiendo de las raíces culturales. Por último la influencia de Sergei Obraztsov y el Teatro Central de Marionetas de Moscú.
En esta década también llevaron a escena montajes emblemáticos como: Chimbombo y Las Manos (1986) y El Güegüense (1989) adaptado para teatro de títeres.
Se abre la década de los años ´90, época de cambios drásticos en las estructuras políticas de Nicaragua. La troupe queda reducida a dos integrantes: Gonzalo Cuellar y Zoa Meza. El subsidio gubernamental desapareció, el grupo buscó nuevos mecanismos de subsistencia económica. En 1999 Guachipilín adquiere su propia sede con fondos propios.
En este período es importante señalar que la agrupación desarrolla la pedagogía y en 1994 impulsó el proyecto: Los títeres, nuestros aliados para expresarnos, que reunía diferentes disciplinas artísticas entre las que se encontraban la música, el circo y los títeres como medio de expresión para niños, niñas y adolescentes en situación de riesgo. También en 1998 continúan desarrollando el proyecto Arte por la esperanza, llevando momentos de esparcimiento a comunidades poblacionales afectadas por desastres naturales, sin tener ninguna remuneración económica.
En esta década llevan a escena: Fanciquio (1992), El Perro que no sabía ladrar (1994), La Niña Invisible (1995) y Las Manchas de la Luna (1996) que parten de la investigación en temas considerados tabú para el público infantil.
Del año 2000 en adelante el grupo ha conseguido total independencia económica y además ha consolidado una nueva sede, en la que se materializa un Centro Cultural que incluye: un Centro de Capacitación y Documentación y una Sala Especializada en Teatro de Títeres.
En 2007 se creó “Publicaciones Guachipilín” sello editorial con miras a la promoción y divulgación de la narrativa infantil y documentos teóricos sobre el teatro de títeres nicaragüenses. Además abren la primera escuela de titiriteros en Nicaragua y única en Centroamérica, permitiendo el diálogo con las nuevas generaciones.
Llevan a escena las obras: Cipaltonal La Princesa (2000), Santa visita Nicaragua (2006), Norome (2008), Anancy y sus amigos (2011) y Mundo de Papel (2011), que constituyen una parte de su repertorio actual.
En estos 33 años el grupo Guachipilín ha sido puntero en el proceso de divulgación, enseñanza, promoción y concreción del teatro de títeres en Nicaragua en diversas vías, pues no solamente a través de miles de funciones realizadas en todo el territorio el Teatro de Títeres Guachipilín ha dignificado la profesión del titiritero sino también lo han hecho desde el área educacional impartiendo diversos talleres a maestros y maestras de todas las áreas infantiles y juveniles del sistema educativo. Que el teatro de títeres sea una herramienta necesaria, fundamental y utilizada por los educadores nicaragüenses, se le debe al trabajo de esta agrupación.
Otro punto importante es que son los impulsores del movimiento profesional de titiriteros en Nicaragua, porque muchos de los directores actuales de teatro de títeres se formaron en el seno de la agrupación.
Gonzalo Cuellar y Zoa Meza, desde la agrupación, se han preocupado por desentrañar el origen histórico de nuestro quehacer como teatristas en el país. A Cuellar se le debe la primera investigación sobre el teatro de títeres en Nicaragua y a Meza la primera sobre dramaturgia infantil, sin contar las valiosas aportaciones que han hecho a niveles culturológicos produciendo un teatro verdaderamente nacional, pues incluye a la cultura nicaragüense en general: desde el pacífico, pasando por el centro norte, hasta llegar a la costa caribe del país.
Es uno de los dos grupos titiriteros que ha sido galardonado con la Orden a la Independencia Cultural Rubén Darío, máximo reconocimiento cultural que otorga el estado nicaragüense a los artistas.
Han continuado con la filosofía de una dramaturgia nacional, solo comparable con la impronta de los dramaturgos vanguardistas nicaragüenses de las primeras décadas del siglo veinte.
Se han ganado el respeto y admiración de muchos artistas nicaragüenses y extranjeros lo que ha permitido trabajar, en varias ocasiones, con músicos como Alvaro Montenegro (Bolivia), Richard Loza, Clara Grun, artistas plásticos como Orlando Rivero (Cuba), Sergio Velásquez y Gunila Unnes, actrices y actores como Tina Noguera, Najhim Gutiérrez(Perú), Dania Fitoria, Augusto Carrazana (Cuba) o Pina González, bailarines y bailarinas como Gloria Bacon, Vicky Borges, Roberto Picado, Ariel Ordeñana o Juan Luis Palomo, diseñadoras como Damaris Núñez y Patricia López entre otros artistas de las corrientes más diversas y contemporáneas.
Estas y otras razones hacen que el Teatro de Títeres Guachipilín se convierta en un referente obligatorio de peso en el panorama teatral nicaragüense. Pero quizás el mayor mérito del grupo sea que más de tres generaciones de nicaragüenses reconozcan en el nombre Guachipilín un sinónimo de lo que representa ser titiritero.
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